La realidad de los autos eléctricos en México
Gracias a la apertura comercial, una de las principales políticas públicas del periodo neoliberal, México se convirtió en una potencia en la manufactura y venta de automóviles. En la década de los 80 había muy pocas marcas (si no mal recuerdo, siete) con pocas alternativas de modelos.
En la actualidad, hay 54 marcas que se venden en México con un catálogo que alcanzan los 333 modelos. En territorio nacional existen plantas de producción de calidad mundial que exportan a todo el mundo y concesionarios que ofrecen una gran variedad de automóviles.
En la actualidad, aproximadamente el 1% del parque vehicular es híbrido u eléctrico en nuestro País. Y aunque los gobiernos estatales han otorgado incentivos como la exención de la tenencia y verificación anual, la demanda crece lentamente.
El Gobierno federal carece de un plan para promover la venta de estos automóviles. Por el contrario, ha privilegiado el consumo de energías fósiles tanto en la movilidad como en la generación de electricidad. Se quedaron, literalmente, en el siglo 20, suspirando por aquellas épocas de los monopolios públicos en materia energética (Pemex y CFE). No han entendido que el mundo va hacia otro lado: La producción de electricidad con energías limpias que pueda utilizarse en bicicletas, coches, camiones y aviones.
Nuestro vecino del Norte, y principal comprador de mercancías, sobre todo automóviles, se está moviendo hacia allá. Lo que comenzó como un fenómeno de riquillos californianos preocupados por el cambio climático, y que tenían el dinero para comprar autos híbridos o eléctricos, hoy se está ampliando.
En el Súper Tazón pasado, el evento televisivo con mayor audiencia en Estados Unidos, resaltaron la cantidad y calidad de spots comerciales sobre autos eléctricos. General Motors anunció un gran giro en la producción de sus automóviles. El simpático comediante Will Farrell propuso ganarle la carrera de eléctricos a Noruega. GM se comprometió a lanzar 30 nuevos modelos al mercado global en 2025. Estamos hablando de cuatro años.
No es gratuito. Las grandes corporaciones estadounidenses entendieron el mensaje de las pasadas elecciones en ese país. Los demócratas, con una agresiva política de promoción de las energías limpias, ganaron la Presidencia y la mayoría en ambas cámaras del Congreso.
Esto ya no lo detiene nadie. Los automóviles eléctricos son la nueva tendencia gracias al apoyo de los Estados a través de regulaciones más estrictas en las emisiones contaminantes de los vehículos y las mejoras tecnológicas que han reducido sustancialmente los precios de las baterías. La combinación perfecta para que una cosa funcione: Un mercado funcional apoyado por el Estado.
Hace una década, se vendieron tan sólo dos mil coches eléctricos en Estados Unidos en un año. En 2020 fueron 300 mil. Impresionante el crecimiento gracias a la popularidad del Modelo 3 de Tesla.
Esta marca consideró poner una planta en Jalisco, pero finalmente se decidió por la ciudad de Austin, en Texas. ¿La razón? El Gobierno jalisciense no pudo asegurar la provisión de 400 megawatts que requería la planta por la estrategia energética del Gobierno federal.
De acuerdo a Bloomberg, los vehículos eléctricos representan el 2.5% de las ventas totales en todo el mundo. Sin embargo, este medio calcula que llegará al 28% en los próximos nueve años. La consultora Deloitte cree que alcanzaremos un 32% en 2029 y la Agencia Internacional de Energía proyecta un número mayor al final de esta década: 36%.
El país que más le ha apostado a los vehículos eléctricos es China. Cualquiera que haya visitado Pekín entenderá por qué: La contaminación no deja respirar. Algo tenían que hacer los chinos para resolver este problema. Vino la directriz gubernamental: El 25% de las ventas de automóviles tendrán que ser eléctricos para el 2025 y, para 2035, el 50%. Ya en 2019, en China se vendieron más unidades eléctricas (1.2 millones) que en el resto del mundo (1.05 millones).
Se trata, en suma, de otra tendencia que nos estamos perdiendo por tener un Gobierno que sólo se ve el ombligo y suspira por aquellas épocas en que una empresa del Estado, VAM, producía el modelo “Lerma” con un motor especialmente diseñado para consumir gasolina de bajo octanaje producida por Pemex y que contaminaba una barbaridad.