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Estas son las personas que pierden su trabajo el último día de construcción del NAICM

En la entrada ocho del polígono del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM), nada indica que ahí dentro se sigue construyendo un proyecto de infraestructura estimado en más de 13,000 millones de dólares (mdd), de no ser por la elevada seguridad.

El 28 de octubre, el 70% del millón de ciudadanos que participó en la consulta ciudadana impulsada por Andrés Manuel López Obrador votó a favor de cancelar la construcción, a pesar de que ya tiene un 32% de avance. Desde entonces, el desánimo se palpa en el ambiente, y el ritmo no destaca por su gran velocidad.

Reina la calma. Durante el recorrido de 10 minutos que se tarda en camioneta desde la entrada hasta las obras de la terminal aérea, se observa un lote con maquinaria detenida y menos de 20 hombres trabajando. Pero no se enfocan en verter cemento o colocar pilares, sino en la preservación de la flora y fauna, explica el guía el recorrido.

Otros trabajadores platican en grupos y ríen, y varios comen sin prisas su almuerzo en tupers. Unos cuantos camiones transportan materiales de un lado a otro, en medio de una nube de polvo, pero muchas de las máquinas están estacionadas a un costado de un pequeño cuerpo de agua, donde las aves toman el sol.

Montaje. A pocos días de que paren los trabajos en el NAIM, la torre de control tiene ya un tercio de su altura total, armada con estructuras de acero. (Jimena Zavala)

El equipo de seguridad del consorcio a cargo de la terminal —liderado por Carso Infraestructura, de Carlos Slim— vigila a los trabajadores que se acercan a platicar con Expansión. Los entrevistados dicen que no les permiten hablar con nadie que vaya de visita, pero a algunos no les importa “¿Ya que pierdo? Ya firmé mi renuncia”, dice una mujer.

A pocos kilómetros, en la torre del control, la compañía encargada, Aldesa, también les ha prohibido hablar. La torre iba a ser una de las más modernas del mundo, y ya alcanza un tercio de su altura prevista. Pero ahora ya no hay nadie armando la estructura de acero, y las piezas están a un costado aguardando ser colocadas. Así, casi a medias, es como se quedará.

La construcción llegó a emplear a más de 18,000 personas solo en el polígono, y alrededor de 46,000 en total de forma directa e indirecta. Ahora, los pocos que quedan no tienen la orden de parar las obras el 1 de diciembre, cuando el nuevo gobierno asuma el poder. Todo indica —dicen— que el último día de enero será su último día de trabajo. Después, no saben qué sucederá o dónde encontrarán trabajo. Estas son las historias de cinco de ellos.

Janet

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De vuelta. Janet es de Puebla, y lo que más le preocupa es que no la liquiden conforme a ley y tenga que volver a buscar trabajo desde cero para la manutención de sus dos hijas. (Jimena Zavala)

“¿Pero usted sí va a decir lo que le diga? Vienen y vienen, y nadie dice nada”, dice una mujer, vestida en overol azul, casco y cubrebocas que se acerca apenas ve a los periodistas de Expansión. Rápidamente, se retira el cubrebocas y arranca a hablar. Pide que ser mencionada como Janet, aunque no es su verdadero nombre.

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Janet tiene 40 años, y ha trabajado en la construcción los últimos siete, tres de ellos en el aeropuerto. Comenzó en el polígono en 2015, en la empresa Coconal, arrancando hierba durante las obras de limpieza del terreno, y luego pasó a Carso para ocuparse de la limpieza dentro de las obras de la terminal, un empleo que dejará este viernes 30 de noviembre. Ya firmó su renuncia hace un par de semanas, bajo la promesa de la compañía de que conservaría su trabajo hasta fin de mes. “Voy a atenerme a lo que ellos me quieran dar, porque ya les firmé. No estamos pidiendo nada, solo que nos liquiden conforme a ley”, afirma.

Lee: Industriales de aerotransportes defienden el aeropuerto de Texcoco

A Janet le gusta trabajar en grandes obras. “He sido checadora, banderera, he estado en calidad. Sí es pesado, pero te acostumbras y aprendes de todo. Además, pagan bien”, asegura. Gana 1,500 pesos a la semana en un horario de una a seis de la tarde, aunque lograba un poco más con horas extras los sábados y domingos.

Parte de ese dinero lo envía a sus hijas de 15 y 22 años para sus estudios de secundaria y preparatoria en Puebla, donde las cuida su tía. Una de ellas quiere ser educadora y la otra criminalista, cuenta. Ella estudió hasta la preparatoria, y luego fue mesera y ayudante de oficina, pero no había buenos sueldos ni oportunidades como en la construcción, dice.

Ahora, Janet está enojada, triste, siente impotencia. Dejar sin trabajo a la gente —comenta— es orillar a la delincuencia y a la prostitución. Ella no estaba ni a favor ni en contra del aeropuerto, pero hubiera preferido que siguiera y así conservar su empleo. Una vez que termine su tiempo en el aeropuerto, solo piensa en ir buscar un nuevo trabajo en otra obra. Le preocupa que sus hijas la vean llegar a Puebla de vuelta, sin trabajo y sin dinero para ayudarles en sus estudios.

Carlos

A la plataforma. Antes del aeropuerto, Carlos llevaba cerca de 15 años trabajando en plataformas petroleras en el Golfo, pero buscó nuevas oportunidades tras la caída de la actividad del sector. (Jimena Zavala)

Carlos, otro trabajador de la terminal aérea, llegó al aeropuerto de Texcoco hace ocho meses para ser “tubero”, encargado de los tubos para estructurar los foniles, las ‘columnas’ que soportarían la cubierta del edificio terminal. Su historia tiene otra detrás, pues él ya es un “daño colateral” de la crisis petrolera, ya que se especializaba en ese sector hasta que la actividad se congeló por el desplome de los precios del crudo.

Mientras se retira los lentes oscuros y afloja su arnés del pecho y cintura, recuerda que durante los últimos 15 años trabajó en metalmecánica, en el armado de estructuras y soldaduras en terminales petroleras. Su último destino en esa industria fue en Campeche, hasta que los sueldos se redujeron a la mitad por el frenazo en el sector.

Ahora, el armado de foniles no representa un reto muy interesante, pero es lo único que encontró bien pagado. Sin embargo, “curricularmente” no servirá de mucho para volver a trabajar en energía, algo que pretende intentar. “No tiene que ver nada la calidad y exigencia. En el sector energético es más riesgoso porque trabajas con líneas vivas de gas e hidrocarburos”.

Carlos conoce bien el área donde se construye el aeropuerto, pues es originario de Ecatepec, en el Estado de México, donde ahora viven sus hijos de cinco y 11 años con su ex pareja. En la consulta, votó a favor de la continuación del proyecto. “Soy de aquí y a mí no me van a engañar, porque esto no era un lago. Toda la zona se ha explotado de manera hormiga y en 30 o 40 años va a ser lo mismo”.

Se lleva la mano a la cara y la frota. Está decepcionado de perder un empleo que pensó que duraría al menos tres años, con lo que eso implica para su familia. “Uno de mis hijos va en quinto y otro en preescolar, y la cancelación sí me pone a pensar en la siguiente mensualidad de la escuela. Será difícil, pero no imposible”.

Jesús

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Doble pérdida. Jesús y uno de sus hijos trabajan en el aeropuerto. Ahora no saben qué harán después. (Jimena Zavala)

Jesús es maniobrista de la carga de las grúas que ayudan a mover el material para la construcción de las estructuras de la terminal. Lleva un año trabajando en el aeropuerto, aunque en la empresa de grúas Espamex suma muchos más.

Pensaba que trabajaría en el aeropuerto cuatro años, donde le pagaban 3,000 pesos más que lo que ganaba como maniobrista en la capital. “El tiempo extra es lo que nos está ayudando”.

Con 56 años, este residente en la colonia La Pastora se muestra preocupado sobre el futuro, sobre cómo van a salir adelante él y sus cinco hijos. “Mis hijos también viven al día, y se viene el fin de año y estamos viendo la manera de subsistir. Estamos en la balanza del trabajo, un día arriba y otro abajo, en espera de lo que nos digan”, dice. Uno de sus hijos también trabaja en la obra como segurista.

También participó en la consulta, cuenta con una ligera sonrisa, mientras con la mano se cubre la cara del sol. “Votamos por Texcoco, obvio Texcoco por trabajo”. Como otros empleados, afirma que no creía que se fuera a cancelar la construcción, debido a todo lo que ya hay avanzado. Y señala las obras que se levantan a su alrededor.

Édgar y Adelaida

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Comida corrida. Hasta antes de que se anunciara la cancelación del aeropuerto, Édgar y Adelaida vendían comida a más de 400 personas cada día. Ahora apenas son 120. (Jimena Zavala)

Hace dos año y medio que Édgar y Adelaida trabajan vendiendo comidas corridas, tortas y tacos dentro del polígono del aeropuerto. Antes vendían tacos en la carretera Peñón-Texcoco, pero no pudieron seguir haciéndolo cuando inició la obra. Por ello, uno de los ingenieros del proyecto los invito a vender ahí dentro, sin cobrarles comisión ni cuotas.

El puesto está dentro de una carpa blanca que instaló una refresquera, dentro de la cual hay mesas para los comensales y otros tres puestos de comidas corridas, frituras, pan, dulces y refrescos, todo acomodado como si fueran mini tiendas de barrio.

Édgar y Adelaida tienen 36 y 34 años, y son vecinos de la zona donde se construye el aeropuerto: viven en la colonia Guadalupe Guerrero, tienen dos hijos y a la semana ganan unos 2,000 pesos cada uno, porque el negocio no es propio, lo trabajan para alguien más.

Desde que se anunció la próxima cancelación del proyecto, el ritmo de ventas ha bajado. “Venían unas 400 o 500 gentes diarias, ahorita tal vez vienen 120, y eso exagerando”, calcula Édgar, mientras entrecierra los ojos y mira a los pocos comensales. Antes trabajaban hasta 10 personas en el puesto —añade—, atendiendo, cocinando y sirviendo los alimentos. Ahora hay cuatro. “Pero seguiremos normal hasta que nos saquen de aquí”, destaca.

Se ríe cuando llega la pregunta sobre la consulta. “Obviamente votamos a favor del aeropuerto. Necesitamos el trabajo, y creo que es muy necesario el aeropuerto, soy vecino y creo que va a haber trabajo para todos”. Cuando llegue la hora de marcharse, pretende vender tacos en otro lugar, aunque no sabe dónde será.

Vuelta a la realidad

Al cruzar la barda que divide al aeropuerto del resto de la población, cerca de la hierba alta y quemada por el sol, se lee un letrero desgastado que promueve la venta de terrenos en Texcoco.

Los estragos de las lluvias se sienten al pasar los vehículos por los baches, los semáforos resultan un mero adorno para las numerosas motonetas y bicitaxis que transportan señoras con niños cargando mochilas. Y en el camino hay camellones con juegos descuidados, puestos de talachas y hombres bebiendo cervezas. Texcoco vuelve a su realidad cotidiana, una muy distinta a la que se preveía con uno de los aeropuertos más sustentables y lujosos del mundo.

Fuente Expansión

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