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Pifias de ingeniería en infraestructura

Hace poco más de 40 años, trabajadores de la extinta Compañía de Luz y Fuerza del Centro llevaban a cabo trabajos de excavación en el primer cuadro de la Ciudad de México para colocar cableado subterráneo del Metro, cuando se vieron forzados a detener las obras ante un inesperado hallazgo.

De forma accidental, se habían topado con las ruinas del Templo Mayor, ante la ausencia de un estudio pormenorizado sobre las condiciones del subsuelo que les permitiera prever alguna anomalía.

A cuatro décadas de distancia de este suceso, y sin importar los avances tecnológicos en la materia, en más de una ocasión se ha pasado por alto avalar toda obra de infraestructura –cuantimás tratándose de proyectos públicos– mediante estudios técnicos adecuados y exhaustivos. Muy a pesar nuestro, abundan ejemplos de proyectos en los que, posterior a su inicio o  conclusión, surgen aspectos técnicos no contemplados que alargan indefinidamente las labores de construcción, elevan exponencialmente los costos, disminuyen su eficiencia y –en el peor de los casos– resultan inservibles o abandonados.

Así sucedió con la Línea Dorada del Metro de la Ciudad de México, el Paso Exprés de Cuernavaca o el Tren Interurbano México-Toluca, por citar algunos oprobiosos ejemplos. Y lo mismo sucede con los recientes proyectos del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, luego de que López Obrador decidiera cancelar el proyecto iniciado por Peña en Texcoco, e iniciar el suyo, tras los resultados de una consulta pública y sin que mediaran estudios técnicos pormenorizados sobre las ventajas y desventajas de ambas opciones.

Y si bien el proyecto cancelado presentaba diversas anomalías desde su concepción –procesos de licitación, costos elevados y crecientes, impacto ambiental, tipo de suelo–, fueron escasas las voces de especialistas y analistas que no coincidieron en la conveniencia de continuar la obra iniciada en Texcoco, en vez de cancelarla.

A principio de semana se anunció el inicio de los estudios y trabajos preliminares del Aeropuerto de Santa Lucía, el cual –ya con el proyecto en Texcoco cancelado– aún presenta numerosas dificultades logísticas y técnicas para su consecución y genera serias dudas sobre si realmente resolverá la sobresaturación de tráfico aéreo del Valle de México. En este contexto, resulta increíble –y aún más lamentable– que en días recientes haya trascendido que este nuevo proyecto no contempló la existencia de un cerro, el cual impactaría en la ubicación contemplada de las pistas.

Y si bien la experiencia da muestra de la importancia de contar con estudios técnicos adecuados que sustenten los proyectos de infraestructura en nuestro país, aún hay similitudes en el suceso que llevó al descubrimiento del Templo Mayor con el proyecto del nuevo aeropuerto. En ambos casos, obras públicas conllevaron accidentados hallazgos. Pero mientras que a finales de los setenta se descubrió –en el subsuelo– un sitio arqueológico de enorme valor histórico, esta vez, se reparó en un cerro que siempre estuvo ahí –a la vista de todos– cuyo único valor es el tiempo que ha visto pasar. ¡Vaya pifia!

 

Fuente La razón

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